El perro mutante del hortelano

Un monólogo tragicómico de Emma Lobo

Esto es El perro del hortelano de Lope de Vega. Una obra perfecta en la que una mujer joven comienza a sentir amor por su secretario al verlo enamorarse, dudando entre seguir su impulso o mantener las exigencias de su clase social, volviendo loco de paso al galán en que se ha fijado. Quiero contar la famosa obra de Lope pero encargándome de todos los personajes. Y contando además, como si de un absurdo y divertido viaje en el tiempo se tratara, por qué todo el mundo en el Siglo de Oro español ponía tocino en sus cocidos, les gustara o no. Y como las horas variaban de duración a lo largo del día, y por qué se coleccionaban juntos objetos tan dispares como un tratado científico y un feto de vaca con dos cabezas. Y cómo se llamaban todas esas cosas de nombres raros que se ponían por encima y que ahora llamamos ropa. Pero no solo eso, también quiero contar lo semejantes, pese a todo, que somos con aquellas personas tan lejanas en el tiempo, a pesar de los avances tecnológicos y de la velocidad a la que ahora nos movemos.

Y de paso cotorrear sobre la vida de Lope, que fue intensa, llena de trabajo y amores enloquecidos. Y cómo las historias que se cuentan los personajes dan forma a su vida, al igual que las historias que ahora nos contamos condicionan la nuestra. Pero sobre todo, ¿por qué no decirlo?… ¡Porque me encanta el verso y hacer el ganso!

El perro del hortelano tiene como tema indiscutible el amor. Venga, pongámoslo en grande como corresponde a un dios, el Amor. El Amor, tan vaporoso y huidizo, se esconde frecuentemente en la apariencia, y muchas veces no es más que el eco de un reflejo de una sombra de alguien que no pasó. El amor se parece al dinero en dos cosas: que cuanto menos se tiene más se habla de él, y que no da la felicidad.

Por estas características, es el Barroco el mejor instrumento para cazar el Amor, para examinarlo y entenderlo, porque tienen en común que son cosas fugitivas, leves, vanas, cegadoras, engañosas y brillantes. Por eso, nos decidimos a contar una obra barroca y hortelana, para el general provecho e interés. Tal vez habrá quien niegue que es interesante el asunto barroco del amor y los suspiros. Que no importa nada el fuego helado y el hielo ardiente, el silencio sonoro y el whatsapp enmudecido, y toda la banda de oximorones que nos hacen saltar en sístoles y diástoles los corazones… Tal vez esta indiferencia nos afecte a quienes ya peinamos canas en el pubis, pero… Cómo trastorna a la grey adolescente y cómo agrava el índice del fracaso escolar el delicioso aliento de Cupido. Para ese público, el que por sus años les toca la edad del pavo, y para aquel que prolonga la juventud del corazón hasta la tercera edad, para quien, en definitiva, tenga el fuego que no quema ardiéndole en el pecho, pero que tema adentrarse por los engañosos andurriales del Barroco les hemos procurado una guía de excepción: Emma Lobo.
El perro del hortelano, rico en ilusión y desengaño, es una linda flor del jardín barroco. Pero, ¡ay!, hay que tener cuidado, pues es cualidad del jardín convertirse en selva por nostalgia de su salvaje estado natural.

Es costumbre de Emma Lobo meterse en jardines intrincados, sin temer las feroces criaturas que lo pueblan. En cualquier momento, puede surgir de la de la maleza uno de estos seres y clavar sus agudos caninos en la garganta de Emma. Puede ser, por ejemplo, un soneto sin escrúpulos, al que Emma derrota y devora ante los asombrados ojos del público que nunca habían visto un soneto de cerca. La guía se deleitará descuartizando sus cuartetos delanteros o traseros, dividiéndolo, ecuánime, en catorce partes iguales o silabeando sus endecasílabos… Para que el público le pierda el miedo a la métrica… Y al amor. Perdón, al Amor.